Llevo un par de días pensando el
motivo por el cual me gusta usar la misma taza para todo. Desde el café de la
mañana al trasnochador ‘bibi’ del juernes noche. Aparentemente no es nada
especial: una taza blanca con un gran bigote negro, fin. Pero es que a mí me
encanta mi taza.
“Menudos pensamientos, pues sí que te aburres en Dinamarca”,
podrían decir algunos. “Cómprate un perro
y lo peinas tío”, podría ocurrírseles a otros. Pero hay algo que me hace que
haga una pausa y que piense en ello mientras me rasco la perilla. Y es que a mí
me encanta mi taza.
Cierto es que mis pensamientos no
andan muy lúcidos estos días. Podría ser por la tormenta que ya acecha tras una
gigantesca cortina gris con la que, casi por norma, empieza a cubrir el
escenario de este puntual y metódico país. También podría ser porque me veo
obligado a hacer las maletas y decir “vi
ses” a un lugar que de algún modo me ha visto crecer y del que, por
supuesto, me sentiré siempre agradecido y vinculado. Casi ná. Pero mientras escribo estas líneas miro mi humeante café junto
a mi teclado, en mi taza blanca con un gran bigote negro, y siento que nunca
volverá a saberme igual. Sé como el café me supo antes, sé cómo me sabe ahora,
pero no como me sabrá de aquí en adelante.
Permitidme que siga con la
parrafada.
Una vez tuve una taza favorita.
De eso hace unos veinte años. Esta tenía un dibujo de un payaso, y el borde de
la misma era dorado. Ahí me tomaba calentitos cola-caos ‘migaos’ antes de ir al ‘cole’, y alguna vez a
escondidas, me preparaba mi abuela café ‘migao’, pero siempre a escondidas de
la mama. Porque los niños no beben
café. Cómo son a veces de permisivas las abuelas…
Cuando pienso en esa taza,
inmediatamente me viene una ola de recuerdos y sentimientos de los que te aceleran
el pulso. Mi niñez, ver Dragon Ball (Óliver y Benji en su defecto) deprisa-y-corriendo antes de ir al ‘cole’,
pelear con mi madre porque esa mañana no me ‘entraba’ el desayuno, jugar al
fútbol en la calle con mi vecino bético Isidoro tras la merienda… En
definitiva, sin darme cuenta, esa taza me estaba creando un anclaje socio-emocional,
me estaba vinculando a una realidad y a un entorno que estaba influyendo
directamente en la construcción de mi persona. Esa taza me unía a muchos
acontecimientos. Y eso jamás podrá ser alterado. Entonces era una simple aunque
divertida taza. Hoy para mí significa algo más, aún habiéndose pasado mi
periodo para-con ella. Por cierto, me alegra saber que es ahí donde hoy día mi
sobrina Daniela se toma los cola-caos.
En Río tuve otra taza. No sabía por qué, ni me
lo planteé, pero un día sentí que me urgía tener mi propia taza. Fue mi
favorita por un tiempo. Al principio era una vulgar taza de Homer Simpson. Con
el tiempo pasó, cómo no, a ser mi taza favorita. Me encantaba saborear en ella el
aguachirri que nuestra cafetera preparaba.
Y las caipirinhas. Y el fernet-cola. Ay, los fernetsitos-cola boludos… era la
taza perfecta para tomar pues ya se había vinculado a mi nueva vida, se había
ligado a nuevos hábitos y hechos cotidianos: mi día a día en base a ella, y me
sentía seguro. Y de nuevo todo son recuerdos a su alrededor: Fran intentando
convencer a los ‘boludos’ que el Betis es el mejor equipo del mundo, los
boludos rompiendo las bolas porque
Fran no friega la sartén, Lucho con sus espontaneidades… Todo ello me viene a
la mente cuando pienso en esa taza, que ya no sería vulgar nunca más.
Recuerdo el último día en la casa
de la Avda. de Nossa Senhora de Copacabana, cuando empaquetamos todo y antes de
abandonar la que fue nuestro hogar por casi medio año, decidí dejar la taza
abandonada. “¿No te la llevas?” Me
preguntó sorprendido Lucho. Decidí dejarla en el camino, sí. Esta también tenía
fecha de caducidad. Algo me decía que se acababa un ciclo y abandonando la
taza, de algún modo ella se encargaría de cerrarlo. La taza ya no era importante.
Lo eran todos los recuerdos que habían alrededor de ella. Los recuerdos
quedarían para siempre pero el sentimiento de pertenencia debía ser
desarraigado, enterrado en aquella casa. Nada premeditado, era un simple
impulso, casi intuitivo. Por cierto, me alegra saber que es en esa taza donde
hoy día Lucho se toma los fernets-cola. O no, igual a él también le caducó.
En Nepal…, mmm…, bueno, en Nepal
bebía a morro (just kidding).
En fin, que como decía al principio de este ensayo, hoy día tengo otra
taza favorita. La del bigote negro. Por cierto me encanta, ¿os lo he dicho?
Sin embargo, el simple hecho de
aceptar la hipótesis metafórica de que estas tazas podrían representar el
sentimiento de pertenencia que me une a cada lugar, con un periodo definido, me
aterra. Porque aunque amo todo y cada uno de los recuerdos que a ella envuelven,
no me cuesta nada dejarlas atrás.
He de reconocer que sin obsesionarme, me perturba la idea de no saber qué taza usaré de aquí en adelante. Es una agridulce incertidumbre que
invita (forzosamente por cierto) a pasear por una estrecha cordillera donde por un lado
divisas con optimismo un futuro incierto, y por otro, un simple vacío. Y chico,
sabes que hay que caminar. Tampoco negaré que aunque sé que la antigua taza del payaso
siempre podré tomarla prestada (de hecho lo haré, y doy gracias por ello), ella ya no me pertenece. Tampoco
la de Homer y la del bigote, esa ya casi es historia.
Por aquí ya huele a café fresco, luego
algo me dice que debo ir acabando este escrito. No antes sin hacer, cómo la tradición manda, mi
carta a Papá Noel. ¿O era a los Reyes Magos?, yo qué sé... Haré lo siguiente:
A QUIEN CORRESPONDA
Estas Navidades y en vistas al nuevo año, yo solo quiero
una taza favorita. Una donde tomar café caliente. Y bueno, siendo honesto,
también anhelo la realidad y el entorno en la que se envuelve. Y si no es mucho
pedir, que allí no sienta un ápice de alienación. Así, una pequeñita pero
cálida, que me acompañe a realizar mis sueños y solventar inquietudes y obstáculos.
No sé qué pensáis pero yo creo que eso pasa, que el café en taza te hace sentir en casa.
PD: Mis disculpas por esta estúpida metáfora reflexiva sobre
tazas y arraigos. Ahora os dejo, voy a tomarme un café en mi… ¡J*DER! ¿¿QUÍEN
ME HA ROBADO MI TAZA??
*A todos/as aquellos amigos/as que hice en el camino y que pese
a la distancia, siguen siempre conmigo.